ENTRE EL DOLOR Y LA ESPERANZA
Recordaris, Re-
Cordis, Recordar, es “volver a pasar por el corazón”. Así se siente uno cuando
recuerda a alguien muy querido y que no ha vuelto a ver, en mi caso por tener a
un hermano desaparecido en el conflicto armado.
Al principio,
como es natural hay mucho dolor y silencio, sobre todo en un contexto de guerra
donde es peligroso hablar. Luego viene la aceptación, el poder platicarlo con
algunos familiares y conmemorarlo en secreto. Las navidades son tristes porque
el llanto está presente mientras todos festejan. Al final del proceso es una
parte de duelo final e irlo haciendo más público, tomándolo en cuenta como un
héroe y mártir de la familia. Dejando reposar el recuerdo.
Hoy escribo partiendo
de mi hermano mayor, desaparecido hace 32 años, Jorge Alberto. Aunque hay
versiones diversas, desde que se fue a un país lejano como Argelia, hasta que dicen
que murió el mismo día, lo seguro es que es una desaparición forzada. Porque
era menor de edad, porque no tenía experiencia, porque la guerra es injusta,
porque nunca más mis papás supieron de él. Escribo de él pero también de mí, de
cara al presente y futuro que voy construyendo.
Conocí poco a
Jorge, sólo unos 9 años creo, mis recuerdos hasta antes de su desaparición son
de un joven con liderazgo, extrovertido, trabajador, al que pareciera no
gustarle mucho el estudio, muy aventado (le gustaba arriesgarse), me imagino
que era algo despistado porque a veces se le olvida ir por mí al kínder.
Algunas veces me llevo a alguna velación de alguno de los compas (como él les
llamaba a otros jóvenes y personas organizadas), lo encontré una vez haciendo
planes en la casa y animado con la organización estudiantil, el Movimiento de
Estudiantes Revolucionarios Salvadoreños (MERS). Son los pocos recuerdos que
guardo de él.
Cuando
desapareció nadie me hablaba de lo que pasaba, yo escuchaba y entendía a mi
forma. Veía a la familia llorar y cuidando siempre que yo no comentara con
nadie lo ocurrido. Silencio que a la larga marcó mucho mi forma de ser, ese
silencio fue una marca de por vida.
Había otras
versiones que dar: “anda en Costa Rica”, “se fue para USA”. Cualquier cosa era
buena para que los demás no supieran lo que había ocurrido con él, en qué
andaba. Era julio de 1980. Luego se fue mi hermana en 1981 (pero ella si para
USA), luego es secuestrado mi papá en 1982 (gracias a Dios vive para
guardárselo, porque aún no habla de eso).
Fueron dos años
bastante difíciles, malos, marcados por el dolor y por todo lo que se vivía en
el país en ese entonces. Empezamos a cambiar de casa, de escuela, los amigos se
alejaron y era vivir reiniciando de nuevo, cada cierto tiempo.
Al escribir este
pequeño artículo desde la postura de hermano menor, tengo que mencionar que
tuve que vivir siempre con ese legado, compitiendo con alguien que no estaba,
comparándome, superándome, situaciones que deje en el pasado y de las cuales, al
fin dejé y me liberé para tratar de ser feliz. Tengo mis grandes recuerdos de
la niñez, mi difícil adolescencia en solitario, pero también un camino de
búsqueda, de auto reparación y de apoyo, resultado de ese camino liberador.
Sin duda alguna
lo que más me ayudó a superarme fue la presencia de Dios. No el Dios que yo
creí, sino otro con formas más desde lo humano, más cercano a mí y fueron los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, el punto de partida y la
herramienta para ver mi vida y sentir que Dios en verdad existe. Cuando me dan
la oportunidad de ser parte de la Compañía de Jesús, también soy parte de ese
privilegio de esta gran vivencia.
Los Ejercicios de
San Ignacio de Loyola (EE EE), han sido la mayor y mejor experiencia de Dios en
mi historia espiritual y que hasta la fecha marcan un estilo propio de proceder,
sentir, pensar y hacer las cosas. Quizás no llegué a ser sacerdote jesuita, pero
en esencia creo que es su filosofía y espiritualidad la que me guía, ya que
trato de vivir mi vida de acuerdo a un discernimiento permanente. Ese arte que
nos dejó el Santo para darnos cuenta de los movimientos de espíritus y hacia a
donde nos lleva en nuestra vida, para que podamos tomar las mejores decisiones,
esas que nos harán construir una nueva sociedad.
Con los EE EE encontré
mi herida interna, esa que aún no me había sanado pero también mi pozo de dónde
he estado sacando toda mi fuerza para vivir. Aprendí a que mi vida debe tener un principio y
fundamento, una base y un sentido que dirija mi vida; que mis elecciones deben
de regirse por la bandera del “rey eternal y no la del terrenal”, difícil
cuando día a día estamos más en contacto con lo rápido, lo light, lo fácil y
sencillo, lo temporal; aprendí que cuando “el mal espíritu anda en mí, lo mejor
es no hacer mudanzas”, esto parece fácil, porque cuando uno anda mal de ánimos
la tendencia es a cambiar lo antes posible nuestra situación, San Ignacio nos
lleva primero a calmarnos, buscar una paz interna y es ahí donde empezamos una
mejor disposición a las decisiones.
Cada una de las cuatro
semanas conduce a una marca de Dios, que deja una huella que me lleva a tener
una misión de servicio y proyecto de vida que trato de seguir hasta el momento
para ser justo con ese privilegio que me otorgó.
En síntesis, los
EE EE han sido para mí: Sanación, luz, compromiso, lucha, dirección. Existe un
Héctor antes de ellos y después de ellos.
En nuestro país
se que son miles de personas las que han vivido situaciones de perdidas,
similares a la que yo relato, y las cuales han buscado muchas formas y
alternativas para salir adelante día a día, algunos con las mismas heridas de
un inicio otros con una carga más llevadera. En mi caso quiero dar gracias a Dios
por darme ese privilegio de sentirle por darme el regalo de una “moción sin
causa precedente”, una visión de la vida que viene de una gracia que tiene un
origen que yo no puedo explicar, donde por más que mi cerebro quiera
racionalizarlo sólo podría explicarlo desde el corazón. Lástima no soy artista
para expresar como se debe esta gran experiencia, quizás así sea mejor. Cómo
los que mueren por un instante, sólo ellos pueden saber cómo era ese túnel, esa
luz. La gracia es sólo para ellos y su testimonio de vida debe ser suficiente
para reconocer esa segunda oportunidad.
A la Mayor
Gloria de Dios (AMDG)
Héctor R.
Aparicio.
Agradezco desde el corazón compartirse, dejarnos entrar un poco al suyo. En esta labor de acompañar personas que tienen familiares desaparecidos, es iluminador y esperanzador. Lissette
ResponderEliminar