LA EXHUMACIÓN DE RESTOS DEL CONFLICTO ARMADO, UN REENCUENTRO DIFÍCIL PERO NECESARIO
La búsqueda de familiares desaparecidos en el conflicto
armado, como se sabe, es un dolor permanente, un trauma (extremo) difícil de
superar y muy diferente a todos los demás. En palabras de una familiar: “Hemos
recibido muchos golpes en la vida, pero nada ha sido como lo que nos pasó en el
conflicto armado”. De esta manera comparaba sus problemas de pobreza, violencia
actual, dificultades de relaciones, etc., con la “guinda” que ella vivió en junio
del año 1981 en la Finca de Peña, ubicada en las faldas del Volcán de San
Vicente, y que fue escenario de la masacre recordada por el nombre de esa finca.
Cuando la búsqueda da como resultado una localización del
familiar fallecido, lo primero es saber si contando con los testigos
respectivos quieran los familiares hacer la exhumación o no. Es una decisión
que puede llevar tiempo tomando en cuenta que es un momento difícil que pasa
por aceptar que su niño o niña falleció, para luego decidir si dan inicio a los diversos trámites judiciales
que implica una exhumación, aunque reconforta la recuperación de los restos y
darles un espacio cercano para seguirlos recordando según la creencia de la
familia.
Las diligencias necesarias para llevar a cabo una exhumación
harán que los familiares vuelvan caminar por los mismos lugares que pasaron en
tiempos de guerra, muchos de ellos no volvieron luego que salieron de ahí “en
guinda”, perdiendo su casa, sus cosas, sus animalitos, su familia o parte de
ella, en fin perdieron su vida cotidiana. Por lo que el lugar guarda recuerdos
dolorosos que nunca nadie había tocado. Ahí en ese lugar dejaron a sus muertos.
De las experiencias que como Comisión hemos tenido en
algunas exhumaciones, a nivel psicosocial se presentaron diferentes reacciones,
desde la aceptación animada del proceso para salir de la duda y acompañar en
todo momento, hasta cierta resistencia, indecisión entre ir y no ir a
presenciar la excavación y también la negación total de presenciar este
intento. Todas las reacciones son válidas y se abordan con mucho respeto y comprensión,
hacia los familiares para quienes ya es complejo involucrarse en un proceso
legal, pero siempre es más difícil afrontar la parte emocional.
La etapa más sensible en proceso de esta naturaleza llega cuando
se está haciendo la excavación y se encuentran los restos, es un momento de
dolor, de descongelar un trauma que ahí ha estado y se recuerdan, ya sea por
preguntas o comentarios, lo que ahí se vivió o cómo se sobrevivió. Las lágrimas
no tardan en salir para los familiares. Por otra parte también hay cierta
alegría, se le han encontrado aquel hijo, hija, hermana o hermano, y se va a
reivindicar su memoria, que su muerte (asesinato) no será en vano, que ahora ya
no están reprimidos y podrán enterrarlos en un campo santo como todos y si es
posible, que no quede impune, que se haga justicia y se repare.
Por otra parte, se ha presentado un escenario diferente,
igual de difícil es el momento cuando a pesar de pruebas testimoniales y todo
el proceso realizado, no se encuentran los restos óseos. La experiencia que se vive
es bastante fuerte y compleja emocionalmente porque la investigación arroja un
90% de probabilidad de ubicar y recuperar los restos y luego a pesar de los
esfuerzos no se encuentra nada. Primero hay un dolor que se descongela con sólo
el mero hecho de haber llegado al lugar, luego abrir la esperanza de al menos
encontrar los restos y luego la frustración y el dolor de no encontrar nada.
“No alcanza un volcán, para calmar el clamor de una madre por los huesitos de
su hija fallecida de cansancio, hambre y sed”. Son de los lamentos más
indescriptibles que se pueden escuchar.
En el inicio de este año 2016, al efectuar las últimas
exhumaciones encontramos otra posibilidad en cuanto a posible resultado de las
mismas exhumaciones, que solamente se encuentre la vestimenta no así los restos
óseos. Las razones que indicó la experta forense: Puede ser por el tiempo
transcurrido, por el tipo de suelo o por la edad del fallecido se hallan
desintegrado todos los huesos. Algo bastante insólito aún para la antropología
forense, pero posible. Todo puede coincidir: testigos, relatos, lugar de
enterramiento pero al final solo encontrar la ropa que por sus tejidos sintéticos
hayan perdurado. Resultó ser muy impactante para todos los presentes, que al
final se reconfortan con sus propias palabras tomadas de la biblia: “En polvo
eres y en polvo te convertirás[1]”.
La familia se atrevió a trabajar por el proceso y
acompañar. Se atrevieron a enfrentar para iniciar todo un proceso de
cierre, de duelo que nunca tuvo la oportunidad de vivir. Hasta el momento cada
paso dado ha sido decisión de los familiares y con el acompañamiento
profesional a nivel jurídico, psicosocial y el más importante a nivel
humano. El ver a tantas personas cumpliendo una misión da mucha satisfacción y
es muy agradecido por los familiares.
Todavía falta, cuando el Estado entregue los restos,
realizar el proceso de despedida definitiva, la esperada velación e inhumación,
duelo necesario para que haga cerrar una etapa dolorosa de la vida familiar
vivida en el conflicto armado interno de El Salvador.
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