LA TREGUA SIGUE, LAS BALAS TAMBIÉN





Así de complicada va la situación de violencia en El Salvador, donde no se entiende ya de qué tregua se habla cuando siguen los asesinatos a cualquier hora, en cualquier parte; se sigue pagando la llamada renta o extorsión y hasta preparando aguinaldos, las masacres continúan.

Lo peor de todo que al final se va descubriendo, que las pandillas están más fuertes, cubriendo más y mejor sus territorios con una mejor red de informantes, armados y controlando entradas y salidas, controlando la “seguridad” de ellos y donde ni la seguridad pública, privada o ejército puedan hacer algo. Al menos no se ve un plan claro y efectivo de combate a la delincuencia.

Por su parte la población, entre quejas de algunos (los que aun pueden hacerlo) ya le han matado la esperanza, difícil de recuperar y cada quien hace sus propias acciones para sobrevivir con el problema, para convivir con la muerte. Pequeños pactos, el pago directo o indirecto de la extorsión. Nada es garantía para seguir viviendo, pero se intenta para ganar más vida, día a día.

El miedo está ahí, los ambientes comunitarios son tensos, densos, como una olla de presión. No hay lugar donde se esté a salvo, ni existe la libertad para circular por donde se quiera, siempre debe haber informantes, siempre habrá que dar una explicación. Hace falta poco para llegar al pánico, aunque en ciertos lugares ya lo habrá donde no se puede ni salir a trabajar o estudiar o esperar visitas. El riesgo es muy alto.

La cantidad de desaparecidos/as[1] por la violencia delincuencial[2] ha crecido en los últimos años, ya durante la tregua y los hallazgos de cementerios clandestinos han sido continuos en este tiempo[3]. Todo esto llena de terror a la población y se ve indefensa frente a un monstruo que tiene ojos y oídos donde sea que vayan, de algunas ciudades. Municipios que ya antes eran marcados por la violencia ahora han definido ya sus territorios con sendos grafitis de las clicas respectivas.

Por último, si la quietud aparente reina en las comunidades, afuera la campaña política por la presidencia no abona nada, ni un programa serio de combate a la violencia y la delincuencia, solamente seguir apoyando una tregua que ya pende de un hilo y que hasta ahora como salvadoreños/as no podemos hacer un frente común para neutralizar un accionar en contra de toda normativa social y que nos lleva por un camino de muerte. No hay opciones, no hay quien ofrezca ni que nos haga creer de nuevo en la esperanza de un cambio.

Cada familia toma sus propias medidas, aún en el ámbito psicosocial, de manera de guardar cierta cordura en este contexto enfermizo y que deshumaniza totalmente.

¿Será que tenemos que tocar fondo como sociedad para retomar el camino de la paz y el desarrollo? ¿Y entonces, cuál es el límite? ¿Cuál es fondo que debemos tocar?

Hasta hace unos meses (febrero para ser exactos) en este mismo espacio escribía y seguía de acuerdo con la tregua (daba cierta ilusión tener días sin muertes violentas), aunque ya veía una luz amarilla[4], luego en junio ya eran necesarias medidas urgentes y creativas para pasar a otros niveles[5], ya estábamos con una luz naranja y ahora la realidad es alarmante, ya no se puede seguir y dar el espacio para que siga así, esto va a ponerse muy mal y es necesario un plan que garantice la persecución del delito con respeto a los derechos humanos pero con gran eficiencia y apoyo del sistema de justicia que tiene que restaurarse urgentemente.

Quisiera ser más positivo, pero esta vez tenemos que pasar a más acciones locales y familiares si queremos cambios. La prevención de la violencia no tiene que parar y cada familia también tiene que tomar sus acciones para protegerse y proteger a los suyos; y con ello no quiero incitar a más violencia, sino a promover todo lo positivo que tengamos a la mano para cortar desde la raíz el problema de las pandillas.

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