La Desaparición forzada de niños y niñas durante el conflicto armado en El Salvador
Aunque ocurrieron
muchos casos en diversas partes del país, sobre todo en un período determinado
de la guerra, no se puede determinar como una acción sistemática, como una
estrategia planificad, esto no sólo por algunas declaraciones hechas por los
mismos militares participantes del conflicto, sino también por el rumbo de los
casos resueltos por diversas instituciones. Otra cosa es que se dio en
operaciones planeadas como las grandes masacres a poblaciones civiles y que
también diversas instituciones y personas lograron hacer una práctica para su
propio beneficio.
Por su parte el
movimiento insurgente si tuvo más intencionalidad en el uso de menores para
diversas tareas, aprovechando la inocencia, la capacidad de filtración de zonas
y de capacidades, implicaron a niños y niñas en actividades militares,
correitos, sanitarias, casas de seguridad. Lo que implicaba un objetivo claro
en el uso de los niños y niñas. También estos han sido casos de desaparición
forzada y aunque en desproporción comparadas a las realizadas por las FFAA, no son
menos dolorosas para sus familiares.
1.
Los impactos de la
desaparición forzada
Como todo hecho
traumático, la desaparición forzada de niños y niñas en el conflicto armado
dejó toda una serie de daños físicos, emocionales, en las relaciones familiares
y sociales tanto de manera inmediata como a mediano y largo plazo. Treinta y cinco
o cuarenta años no son suficientes para borrar el daño causado por esa tragedia
vivida.
Las familias
aparte de su perdida personal han sido sobrevivientes y luego de mucha
persecución, salir adelante con lo que pueden, por los que quedaron y cargando
con su parte de culpa por ello, por lo que les faltó hacer, por el solo hecho
de sobrevivir. Con el no saber ni hacer recuento de sus pérdidas: familia,
casa, tierras, animales, sus relaciones y de ganar otras: experiencias de
muerte, desaparición, hambre, sobreviviendo en las montañas, viviendo de lo que
encontraban, comiendo lo que nunca pensaron comer, haciendo lo que nunca
pensaron hacer para sobrevivir.
Los primeros meses
no hubo tiempo para la búsqueda, había que sobrevivir. En algunos casos
tardaron años en contar su historia, en hacer valientemente una denuncia porque
el miedo aún permanecía, poco a poco cada familia va saliendo de su aislamiento
porque a diferencia de lo que hablaban de ello, no eran subversivos, no eran
guerrilleros, los niños y niñas eran la inocencia. Salir del aislamiento, la
soledad, el silencio es un proceso que cada uno lleva a su tiempo, en esos
primeros momentos fortalecidos por la comunidad, pero luego con personas de
buen corazón que va sumando a la causa.
Mientras los
primeros casos se iban resolviendo, más familiares y denuncias se iban dando.
La asociación Probúsqueda inicia su trabajo y se va fortaleciendo. Esto hará
ver que la problemática no fue algo aislado, sino que se reprodujo en todo el
territorio donde la guerra se hizo presente.
Aunque el impacto se dio en cada familia, ahora se vuelve a otro nivel
social y político. Dañó a toda una población que ahora como sobrevivientes se
integran para una búsqueda común.
Luego de más de
treinta años de búsqueda los familiares, algunos se encuentran ya cansados, con
las esperanzas al mínimo, padeciendo enfermedades siempre a causa del trauma de
la desaparición, a pesar de tanto años todo está ahí como si fue ayer, algunas
con las relaciones agrietadas por las decisiones y opciones que se han tenido.
No todos en la familia mantienen el mismo nivel, por lo general son madres o
padres los que más expectativa tienen, y los más activos. Los demás llevan más
un tono de reclamo o de no tocar el tema: “eso ya pasó”, “mejor dedíquele a la
familia”, “pase la página”, “no regresará”, etc. Son parte de las palabras que
hacen al familiar guardar silencio, o llorar en soledad cuando vienen los
recuerdos. El daño va creciendo ahora de los más cercanos.
La Comisión
Nacional de Búsqueda (CNB) aunque entra años después a retomar la búsqueda,
también fortalece las iniciativas de las familias y la esperanza al ir
obteniendo resultados de manera temprana. De entrada, la búsqueda se hace con
el acompañamiento psicosocial, con ello no se disminuye el dolor, ni mucho
menos dejar a un lado el proceso de búsqueda, eso solamente llega encontrando
la verdad del desaparecido, sabiendo dónde está. Los familiares se van
fortaleciendo y sabiendo que hay instituciones que los comprenden, les acompañan
y tienen presentes en el día a día.
La experiencia de reencuentro
El reencuentro
entre familiares desaparecidos en el conflicto armado y sus familiares
bilógicos es la experiencia humana de mayor reparación que se pueda tener. Nada
se puede comparar a este momento tan emocionante y único. Como decía el Padre
Jon Cortina desde su enfoque más religioso, “el reencuentro es la resurrección,
la familia creía que estaba muerto”. En esa dimensión se encuentran los familiares,
sintiendo que su familiar vuelve a la vida.
En ese momento
vienen muchas cosas, en su mente y corazón que traen mucha tristeza, recuerdos
de la vida antes del conflicto, sus relaciones, recuerdos de su desaparición,
la vida que pasaron sin sus familiares. Algunos, aunque hayan tenido buenas
crianzas y familias, nunca fue lo que quisieron por su voluntad y son
conscientes que falta algo en sus identidades.
Muchas veces para
los niños desaparecidos (ahora adultos) tienen ese vacío de identidad que va
más allá de su propio nombre o apellidos, es reconocer a su propia familia,
aceptar la historia y la carga emocional que conlleva, es ver su parecido, su
genética, ser parte de un grupo originario en el cual todo encaja, se siente
parte y está a gusto desde su recibimiento.
La mayoría creemos
que el reencuentro es el final de un proceso, quizás de la búsqueda sí. Pero
todo apenas comienza, es el punto de inicio de una nueva relación con personas
de las que separaron forzadamente y ahora se le da de nuevo la oportunidad de
poder reconocer, aceptar y querer si ese es su deseo.
Algunos en el
reencuentro su nerviosismo es porque los ven completamente extraños y no sabe
si quererlos desde el principio, si abrazarlos o no, son detalles que se van
trabajando desde lo psicosocial y descubriendo la “normalidad dentro de esa
anormalidad” (como decía Martín Baró), de la vida como se ha dado a partir de
un conflicto armado.
En el caso de las
exhumaciones los reencuentros siempre son con la vida, los familiares abrazan
los restos que ellos aún sienten y palpan con la alegría de saber la verdad,
saben lo difícil que es recuperar los huesos luego de tanto tiempo. Son
momentos y detalles que solamente los familiares que han estado buscando tanto
tiempo podrían explicar.
El trabajo por la
búsqueda de familiares desaparecidos en el conflicto armado no es fácil y va
más allá de muchas cosas: el profesionalismo, horarios, pagos, condiciones en
las que se trabajan, el contexto de riesgo, etc. No cualquiera puede dar
resultados y que estos lleguen al corazón de los familiares. La empatía es más
especial porque se debe lograr conectar con la causa, ser autentica para
alguien externo que no tiene esa vivencia de desaparición en su historia. Dejar
de verse uno mismo para salir en búsqueda nadie lo enseña, no se aprende en
universidades o con muchos diplomados, títulos, etc. Nace del corazón la
entrega por el desaparecido y sus familiares, se sufre con ellos su historia,
su cotidianidad con dolor, su esperanza y la emoción de encontrar pistas
concretas que lleven a un feliz resultado, la verdad que sana.
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