Tiempo de Escalar







A mis 47 años tuve la oportunidad de hacer algo que nunca en mi juventud pude hacer, escalar uno de los volcanes más difíciles del país. No tanto por su altura sino por el tipo de camino arenoso que conlleva que hace más cansada la escalada.


MI hijo Diego me acompañó en la travesía junto a familias y Rovers scout del grupo 20, Don Quijote de la Mancha de Santa Tecla que organizaban la visita.

Desde el cerro verde se organiza la salida del grupo y para mi sorpresa y aunque era lógico, nunca me puse a pensar que primero había que bajar el cerro verde, eso era un costo de 1500 escalones aproximadamente. Desde que iba bajando y bando también iba pensando que el regreso sería el doble de costoso para mí, pero ya estaba en el puesto e iba decidido a intentarlo.

En toda la bajada, curiosamente Diego iba sosteniéndose de mí, con la mano en el hombre yo era como su bastón. Para mi edad, lo único que me dolía hasta ese momento fueron mis tobillos, uno de ellos quebrado hace unos años, pero decidí también tener de apoyo mi otro pie, así iba descansando.

Al empezar a subir el volcán de Izalco lo más difícil era el tiempo de llegada, entre fotos y cansancio íbamos midiendo el tiempo y lo que faltaría de regreso en distancia. Los guías presionando para seguir o regresarse. La mayoría del grupo ya había pasado la mitad del volcán, pero otros ya teníamos algunos malestares como nauseas, falta de oxígeno, dolores. Así que descansamos un poco.


La belleza entre volcanes era para dedicarle un tiempo al paisaje, el contraste entre la vegetación del cerro verde y las arenas volcánicas del Izalco eran únicas para nosotros, como pasar de un planeta a otro.

Diego podía llegar a la cima y regresar fácilmente, con sus 13 años su energía es casi ilimitada, pero decidió quedarse conmigo. Empezamos a bajar casi deslizados en la arena pero lo mejor apenas empezaba. Eran los 1500 escalones que bajamos en una hora, ahora era para arriba.

La subida fue divertida, vimos señoras bastante adultas subiendo y bajando sin dificultad, jóvenes con náuseas y vendedores de paletas con sus cargas entre montañas como lo hacen todos los días para ganarse unos centavos.

Los escalones fueron cada vez más interminables, cada veinte o treinta escalones había que descansar y estábamos cada vez más lejos de terminar. Cuando creíamos llegar aún faltaban y Diego a diferencia de la bajada ahora me iba esperando y dando la mano para subir, aunque le pesaba la subida.

Al final, llegar y sentir el ruido de buses y carros era lo mejor que habíamos sentido después del silencio de las montañas. Exhaustos, me despedí de esa subido con el mayor de los calambres que había sentido en mi vida, había llegado al límite de mi resistencia.

Ese día en ese en ese paseo del 17 de marzo me quedaron dos cosas: Una de ellas es el control de mis fuerzas al lograr distribuirlas en la meta que tenía que conseguir. No es sólo llegar sino saber hasta dónde se puede con lo que se tiene, para i fue un gran logro. Lo segundo y más importante es la unión y lealtad de mi hijo Diego que en una pequeña caminata mostró la humanidad que ha ido construyendo en él. Sé que puedo confiar y eso me da tranquilidad.






Comentarios

  1. Felicidades por el logro, espero yo también algún día hacer esa caminata, me encanta la idea. Buen trabajo!

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  2. Muchas gracias, debemos seguir intentando cosas nuevas en la vida y aprendiendo también de los pequeños

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